Hay algo tranquilo en aprender a soltar.
Ocurre lentamente, sin aviso, en los momentos silenciosos cuando dejas de aferrarte con tanta fuerza.
Soltar no es rendirse, es elegir qué se queda y qué se va.
Es hacer espacio para lo que se siente real.
Cargamos tantas cosas sin notarlo.
Ropa vieja, pensamientos viejos, maneras de ser que antes tenían sentido pero ahora pesan.
Cajones llenos de cosas que podríamos usar algún día, palabras que seguimos repitiendo, historias que ya no encajan.
Todo eso ocupa espacio dentro de nosotros, dejando poco lugar para lo nuevo.
Soltar puede sentirse extraño al principio.
Hay silencio donde antes había ruido.
Un espacio donde solía estar la comodidad.
Pero ese vacío no es pérdida, es el comienzo de algo más ligero.
Cuando dejas ir lo que ya no necesitas, empiezas a respirar otra vez.
A veces es simple.
Limpiar una habitación, borrar un número, regalar algo que alguna vez amaste.
Otras veces es más difícil.
Soltar una idea de ti mismo, un sueño que cambió, una persona que se quedó demasiado tiempo.
Pero cada pequeño acto de soltar te acerca a la calma.
Soltar no es olvidar, es aceptar.
El pasado se queda, pero deja de tener control.
Lo que queda es espacio, luz y honestidad.
En ese espacio algo empieza a crecer, calladamente, despacio, de manera natural.
Ahí es donde comienza la libertad.
