Aprender a descansar sin culpa

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Hay una fuerza silenciosa en saber detenerse. El mundo a nuestro alrededor sigue moviéndose cada vez más rápido, pidiéndonos hacer más, lograr más, ser más. Nos despertamos ya pensando en la siguiente tarea, el siguiente mensaje, lo que deberíamos haber hecho. Pero el descanso no es algo que se gana después de terminar todo. Es algo que el cuerpo y la mente necesitan simplemente porque somos humanos.

Aprender a descansar sin sentir culpa requiere práctica. Al principio se siente mal, como si estuvieras perdiendo el tiempo. Te sientas un momento y tus pensamientos empiezan a correr. Piensas en lo que podrías estar haciendo en lugar de eso. Intentas relajarte, pero tu mente te arrastra de nuevo al ruido de tu lista inacabada. Sin embargo, poco a poco, si sigues eligiendo descansar, tu cuerpo empieza a confiar en que es seguro detenerse.

El verdadero descanso no consiste en mirar el teléfono o ver algo hasta quedarte dormido. Se trata de darte permiso para estar quieto, para respirar, para no arreglar ni planear nada por un rato. Es sentarse junto a una ventana y dejar que el aire toque tu rostro. Es acostarte y sentir cómo el peso abandona tus hombros. Es recordar que tu valor no se mide por cuánto haces, sino por el simple hecho de existir.

Siempre habrá cosas esperándote. Correos, mandados, decisiones. El mundo no se detiene. Pero cuando aprendes a descansar, dejas de creer que tu valor desaparece cuando haces una pausa. Empiezas a ver que, cuanto más cuidas tu propia energía, más fácil fluye la vida.

Descansar sin culpa es recordar que la paz no se encuentra en hacerlo todo bien, sino en permitirte estar completamente presente en los momentos de quietud. El mundo puede esperar un poco. No puedes seguir dando si nunca te permites respirar.

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