Una manera suave de terminar el día

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Hay algo silencioso y sagrado en las horas que llegan después del atardecer, cuando el día finalmente exhala y el aire se vuelve más suave. Sin embargo, la mayoría de nosotros pasamos por ellas como si fuera otra carrera. Corremos para terminar mensajes, miramos pantallas, tratamos de exprimir una cosa más en la noche. Pero las noches nunca fueron hechas para llenarse, sino para desplegarse lentamente.

Ralentizar tus noches no se trata de construir una rutina estricta ni de seguir ninguna regla. Se trata de volver a notar el sonido del hervidor calentándose, el lento oscurecer de la luz, la sensación del aire fresco entrando por la ventana. Hay un ritmo en este tiempo, y cuando comienzas a seguirlo, algo dentro de ti empieza a aflojarse.

Intenta hacer una cosa a la vez. Come sin mirar una pantalla, camina sin contar pasos, lee hasta que tus ojos se cansen. La lentitud no es pereza, es recuperar lo que el mundo intenta quitarte: tu atención, tu silencio, tu presencia.

Las noches pueden convertirse en su propia pequeña ceremonia si lo permites. Una vela encendida en la esquina, un estiramiento antes de dormir, unos minutos de silencio en los que simplemente existes sin necesidad de arreglar o planear nada. Estos no son deberes, son pequeños actos de cuidado que te recuerdan que el descanso no tiene que ganarse, ya te pertenece.

Cuando ralentizas tus noches, algo cambia en la forma en que despiertas. Las mañanas se sienten más suaves, el ruido del mundo menos fuerte. Dejas de correr hacia lo siguiente y empiezas a encontrarte con cada momento tal como llega, en su propio tiempo, suave, completo y real.

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